Por Dagmar Reinhard
Fotos Isidro Vargas Obando
Don Amancio Obando Vargas nació en Guápiles de Limón y creció en Quepos. Trabajaba con la compañía Bananera y allí también conoció a quien sería su esposa, Zaida. Él tenía 26 años y ella 14. Cuando la empresa terminó con sus cometidos en Costa Rica, liquidó a los trabajadores.
Zaida y Amancio se casaron una vez que ella había alcanzado la mayoría de edad y se trasladaron hacia el sur con la meta de llegar a Dominical.
Su primera parada fue donde doña Ángela, una pariente y dueña de la estación de correos donde estaba la parada de autobuses de San Isidro.
De allí en adelante los transeúntes seguían a pie con sus bultos, esperando a que bajara la marea para cruzar el rio o para caminar por la playa ya que la carretera aún no existía.
Más al sur de Dominical, Amancio encontró un sitio ideal para su joven familia: un matorral frente a la playa dominada por una formación de altas rocas, contra las cuales embiste el mar cuando está embravecido. Comenzó a sembrar cacao, cocoteros y plátanos.
En su primera casa no había ni luz ni agua. Se alumbraba con una lámpara de canfín o candelas; el agua llegaba desde la naciente hasta la casa en canales hechos con palma de chonta. Ahí su joven esposa tuvo sus primeros hijos. Ya crecidos los niños acompañaron a su padre a la cosecha, armados con varillas y chuzos.
Se surtían con frijoles y arroz en la pulpería de Memo en Dominical, o en San José cuando llevaban la cosecha de cacao, una vez limpia y seca, por el Cerro de la Muerte a la capital.
“Buenos viejos tiempos aquellos”, dice doña Zaida de 77 años de edad a quien visitamos en su casa en una pequeña comunidad de nombre Las Rocas de Amancio a 2 km al sur de Dominical. Desde la propiedad hay preciosas vistas al mar y a las famosas rocas que llevan el nombre de su esposo.
“Desde 1968 a 1970 mi esposo era agente principal de policía en Dominical. Tuve 16 hijos con él, diez mujeres y seis varones y hoy tengo 26 nietos. Nunca fui a un hospital para dar a luz, mi esposo era el partero” agrega. “Sin embargo, cuando uno de los niños se enfermaba nos angustiábamos, había que llegar y cruzar el rio y una vez que llegamos tarde, la niña falleció en el camino.”
“Los días solían comenzar a las 3 de la mañana encendiendo el fogón para preparar el café y las tortillas para el desayuno. Después me ocupaba de los chiquillos y a cocinar el almuerzo. Gracias a Dios siempre había abundancia de pesca y cosecha, vivíamos bien”, agrega.
Hoy varias familias viven en Las Rocas de Amancio, casi todos son descendientes de Don Amancio que falleció hace 18 años y doña Zaida, quien vive con Yorleny, su hija menor.
No deje de deleitarse con un sabroso ceviche a la orilla de la carretera de Las Rocas de Amancio, preparado por la nieta de doña Zaida, Stefany Obando.
¡Y los sábados hay sopa de mariscos con leche de coco!